jueves, 22 de agosto de 2013

LA VIDA QUE NOS HABLA

"Que el cielo esté en tu vida, 
los milagros en tu vida
 y la luz de las estrellas en tu alma"
                                                                                   Anónimo

Todo se obscureció, el reloj descubrió que hacía mucho rato en que la máquina que lleva a cientos no se había movido del mismo sitio; y los rostros molestos empezaron a exhibir su enfado. ¿Qué era lo que detenía su partida?¿Cómo podía osar detener tanto tiempo sus destinos?

... ¿¡Cómo si acaso pudieran estos minutos inertes devolvernos la alegría de estar sobre esta tierra, al correr de prisa y llegar exactos a los destinos mudos que a cada uno nos esperaban?! ... Al fin apareció alguien que semejaba al conductor, sosteniendo un afocador en las manos, y aparentemente queriendo compartirnos algo de calma con su voz: ¡Salgan por favor! Sigan la luz, avancen derecho... con cuidado hasta el último vagón.

Y así, en fila india, uno a uno, los pasajeros del gusano zumbador  fuimos desalojando, guiados en la penumbra por un pequeño hilo de luz, que entre la zozobra, asombro y peligro, nos fue guiando, ayudándonos a llegar sanos y salvos hasta la ansiada claridad.

Ya abajo, después de un rato de ver gente amontonada, decidí ponerme en movimiento y proseguir mi camino; muy pronto lo hice, pero apenas retornado el candor en el andar, mi corazón sufrió un nuevo sobresalto causando ahora una fuerte opresión en el centro de mi pecho, sin quererlo, me enteré de la causa extraña del desalojo del transporte.

Unos metros más adelante de donde me bajaran y del sitio hasta donde mis ojos alcanzaron a divisar, una mujer joven se había lanzado al encuentro del monstruo que nos trasportaba; el conductor distraído o más que afanado en su labor, la notó demasiado tarde, arrollándola completamente, matándola.

Al enterarme del suceso sentí compasión,  vi las caras compungidas de misericordia de quienes a mi lado también escucharon la noticia, bajé la cabeza y quedé en silencio meditando, en tanto entendí que la tristeza de la muerte nos hablaba.




Atrás en el tiempo, en otro lejano lugar, regalos y sorpresas había traído a su vida el chico aquel que tanto le había gustado a Mía, desde hacía un par de años, desde que todos (incluyéndolo a él)  le decían que era una niña.  Vin, como le dice ella,  la mima, la abraza, la consuela, y la trata tan distinto a como la tratan en el sitio que parece prisión, de donde ella tiene que escaparse todos los días, y al que sus padres le llaman casa.

Hoy, bajo la cabeza triste de una joven de 15 años llamada Mía, hay ideas aberrantes que la acosan: ¡Me matarán mis padres!, ¿qué irá a  decir de mí toda la familia?, ¿por qué él no me habrá llamado de nuevo, cada vez lo siento más lejos, será que no entendería bien lo que le dije?, ¿tendrá mucho tiempo?, ¿qué hago... sería peligroso si...?

Una cubetada helada la despierta de sus pensamientos, alguien ha descubierto lo que encubre en su vientre desde hace tiempo. Ella está triste, no quiere hablar... quisiera morir, llorar, gritar, el dolor de la vergüenza la calla, más el instinto más tierno está en sus adentros ganado la batalla.

La chica del metro; la chica de al lado, la embarazada, ¿dos historias distintas, semejantes o acaso gemelas? Hilos de tristeza que las enlazan, años de amargura que atrapan, gritos de soledad que claman en los hogares a veces tan llenos de presencias físicas pero ya sin almas.

Dos historias y el camino de la muerte llamando por ambas. Dos espíritus jóvenes poniendo a prueba su tenacidad por vivir, y la vida que entre susurros a todos nos habla, queriendo vivir.

Por ellas, por ti, por mí y por todos aquellos que te importan, hoy te pido una plegaria, hoy regala para ellas un pensamiento de compasión, y ruega porque las veas, y las escuches cuando pasen cerca de ti o cuando las estés abrigando bajo tu techo.

Por ello, hoy les digo a ellas, a ellos y a ti, donde quiera que estén:

Te amo, porque con tu presencia has hecho al mundo más noble, aunque él este tan atariado girando que a veces no se percate de tu existencia.

Perdóname, porque embelesada en mis laberintos he perdido de vista, a veces, tus clamores y tus necesidades, amigas, sobrinas, hijas, hijos, hermanas, les pido perdón por si alguna vez he cerrado los ojos de mi alma.

Lo siento por todo el dolor que sin querer les hubiera causado, y por los hombres o mujeres insensibles que yo también pudiese haber estado creando.

Gracias por vivir, por amarte y por defender tu vida; porque aún cuando tú creyeras que nadie te escucha, tu presencia, tu fuerza y tu alegría impactan en la mía y en la del mundo entero.

Dios te bendiga hoy, siempre y por la eternidad.

Shakti Sándria

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